jueves, 14 de marzo de 2013

Cuando se ejerce la libertad...se le pierde.


Permitanme parafrasear algunas partes de un libro sobre la libertad interior. Lo he modificado libremente añadiendo también algunas notas en negritas. Les dejo al final el link del texto original si lo desean consultar.

Con mucha frecuencia tene­mos la impresión de que lo que limita nuestra liber­tad son las circunstancias que nos rodean: las normas impuestas por la sociedad, las obligaciones de todo tipo que los demás hacen recaer sobre nosotros, tal o cual limitación que disminuye nuestras posibilidades físicas, nuestra salud, etc. Por lo tanto, para hallar nuestra libertad sería preciso eliminar todas estas ataduras y obstáculos. Cuando nos sentimos prácticamente «asfixiados» por las circunstancias que nos rodean, nos volvemos en contra de las instituciones o de las personas que son aparentemente su causa. ¡Cuánto resentimiento hemos alimentado en nuestra vida contra todo lo que no es de nuestro agrado y nos impide ser lo libres que desearíamos!
 
Este modo de ver las cosas encierra cierta parte de verdad: a veces hay limitaciones que es preciso remediar, barreras que hay que salvar para conquis­tar la libertad. Pero contiene también buena parte de engaño que deberíamos desenmascarar, so pena de no gustar jamás de la verdadera libertad. Incluso aunque desapareciera de nuestras vidas todo cuanto creemos que se opone a nuestra libertad, no existiría garantía de acabar consiguiendo esa plena libertad a la que aspiramos. Cuando superamos unos límites, siempre aparecen otros detrás. De ahí el riesgo —en caso de detenerse en la situación descrita— de en­contrarse inmerso en un proceso sin fin, en una per­manente insatisfacción. Nunca dejaremos de trope­zar con obstáculos dolorosos. De algunos de ellos podremos librarnos, pero sólo para toparnos con otros más firmes: las leyes de la física, los límites de la naturaleza humana o los de la vida en sociedad...



Sin embargo  la parte ontológica de esa necesidad de libertad es verdadera. El hombre no ha sido creado para ser esclavo, sino para dominar la Creación. Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada, estrecha o constreñida, sino para vivir «a sus anchas». Por el simple hecho de haber sido creado, los espacios limitados le resultan insoportables y guarda en su interior una necesidad irreprimible de absoluto e infinito. 

El ser humano manifiesta tan gran ansia de libertad porque su aspiración fundamental es la aspiración a la felicidad, y porque comprende que no existe felicidad sin amor, ni amor sin liber­tad. El hombre ha sido creado por amor y para amar, y sólo puede hallar la felicidad amando y siendo amado.  Si es cierto que sólo el amor puede colmarlo, también lo es que no existe amor sin libertad. El verdadero amor, y por lo tanto el amor dichoso, sólo existe entre personas que disponen libremente de ellas mis­mas para entregarse al otro.

Así es como se entiende la extraordinaria impor­tancia de la libertad, que proporciona su valor al amor; y el amor constituye la condición para la feli­cidad. Es sin duda la intuición —incluso vaga— de esta verdad la que hace al hombre estimar la liber­tad,

Pero ¿cómo acceder a esta libertad que permite el desarrollo del amor?



Para el hombre moderno ser libre a menudo significa poder desem­barazarse de toda atadura y autoridad. Para el hombre espiritual, por el contrario, la libertad sólo se puede hallar mediante una alianza con el Espíritu:  "Yo remo, tu diriges"La  auténtica libertad es menos una conquista del hom­bre que un don gratuito de Dios, un fruto del Espíri­tu  recibido en la medida en que nos situemos en una amorosa dependencia frente a nuestro crea­dor. Es aquí donde se pone más plena­mente de manifiesto la paradoja evangélica: Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.

O, dicho de otro modo: quien quiera a toda costa preservar y de­fender la libertad la perderá; pero quien acepte «per­derla» devolviéndola confiadamente a las manos de Dios, la salvará. Le será restituida infinitamente más hermosa y profunda, como un regalo maravilloso de la ternura divina. Es decir, "Quien busca ejercer la libertad, la pierde, por el contrario a quién deja deja de buscar la libertad y sólo confía, se le regala"

Contamos con el ejemplo de los maestros que han caminado por este mundo: se han entregado al creador sin reservas, no deseando hacer más o menos que su creador, y en recompensa han ido recibiendo progresivamente el sentimiento de gozar de una inmensa libertad que nada en este mundo puede arrebatarles, y en consecuencia una intensa felicidad.


"¡No tengáis miedo de vosotros mismos! ¡No te­máis lo que sois, vuestra realidad, esa realidad que afronta cualquier ser humano, en la que el espíritu planta su tienda para habitar con vosotros! Dios se ha he­cho carne,  Dios con nosotros: Dios con tu realidad .  Dios y los otros.

Ábrete a ella sin mie­do. Sólo en la medida en que te descubras a ti mismo, descubrirás la hondura de su amor. En lo profundo de lo que eres, experimentarás que no estás solo. Amorosa y misericordiosamente, alguien se manifiesta desde el misterio de tu humanidad más íntima, y no como espectador, ni como juez, sino como alguien que te ama, que se ofrece y se une a ti para  sanarte... Para quedarse siempre contigo amándote, ¡amándote!». "





Texto basado en el libro: La libertad interior - Jacques Philippe