Permitanme parafrasear algunas partes de un libro sobre la libertad interior. Lo he modificado libremente añadiendo también algunas notas en negritas. Les dejo al final el link del texto original si lo desean consultar.
Con mucha
frecuencia tenemos la impresión de que lo que limita nuestra libertad son las
circunstancias que nos rodean: las normas impuestas por la sociedad, las
obligaciones de todo tipo que los demás hacen recaer sobre nosotros, tal o cual
limitación que disminuye nuestras posibilidades físicas, nuestra salud, etc.
Por lo tanto, para hallar nuestra libertad sería preciso eliminar todas estas
ataduras y obstáculos. Cuando nos sentimos prácticamente «asfixiados» por las
circunstancias que nos rodean, nos volvemos en contra de las instituciones o de
las personas que son aparentemente su causa. ¡Cuánto resentimiento hemos
alimentado en nuestra vida contra todo lo que no es de nuestro agrado y nos
impide ser lo libres que desearíamos!
Este modo
de ver las cosas encierra cierta parte de verdad: a veces hay limitaciones que
es preciso remediar, barreras que hay que salvar para conquistar la libertad.
Pero contiene también buena parte de engaño que deberíamos desenmascarar, so
pena de no gustar jamás de la verdadera libertad. Incluso aunque desapareciera
de nuestras vidas todo cuanto creemos que se opone a nuestra libertad, no
existiría garantía de acabar consiguiendo esa plena libertad a la que
aspiramos. Cuando superamos unos límites, siempre aparecen otros detrás. De ahí
el riesgo —en caso de detenerse en la situación descrita— de encontrarse
inmerso en un proceso sin fin, en una permanente insatisfacción. Nunca
dejaremos de tropezar con obstáculos dolorosos. De algunos de ellos podremos
librarnos, pero sólo para toparnos con otros más firmes: las leyes de la
física, los límites de la naturaleza humana o los de la vida en sociedad...
Sin embargo la parte ontológica de esa necesidad de libertad es verdadera. El hombre
no ha sido creado para ser esclavo, sino para dominar la Creación. Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada,
estrecha o constreñida, sino para vivir «a sus anchas».
Por el simple hecho de haber sido creado, los espacios
limitados le resultan insoportables y guarda en su interior una necesidad
irreprimible de absoluto e infinito.
El ser humano manifiesta tan gran ansia de libertad porque su aspiración
fundamental es la aspiración a la felicidad, y porque comprende que no existe
felicidad sin amor, ni amor sin libertad. El hombre ha
sido creado por amor y para amar, y sólo puede hallar la felicidad amando y
siendo amado. Si es cierto que sólo el amor puede colmarlo, también lo es que no
existe amor sin libertad. El verdadero amor, y por lo tanto el amor dichoso, sólo
existe entre personas que disponen libremente de ellas mismas para entregarse
al otro.
Así es como
se entiende la extraordinaria importancia de la libertad, que proporciona su
valor al amor; y el amor constituye la condición para la felicidad. Es sin
duda la intuición —incluso vaga— de esta verdad la que hace al hombre estimar
la libertad,
Pero ¿cómo acceder a esta
libertad que permite el desarrollo del amor?
Para el hombre
moderno ser libre a menudo significa poder desembarazarse de toda atadura y
autoridad. Para el hombre espiritual, por el contrario, la libertad
sólo se puede hallar mediante una alianza con el Espíritu: "Yo remo, tu diriges" . La auténtica libertad
es menos una conquista del hombre que un don gratuito de Dios, un fruto del
Espíritu recibido en la medida en que nos situemos en una amorosa
dependencia frente a nuestro creador. Es aquí donde se pone más
plenamente de manifiesto la paradoja evangélica: Quien quiera salvar su
vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
O, dicho de otro modo: quien quiera a toda
costa preservar y defender la libertad la perderá; pero quien acepte «perderla»
devolviéndola confiadamente a las manos de Dios, la salvará. Le será restituida
infinitamente más hermosa y profunda, como un regalo maravilloso de la ternura
divina. Es decir, "Quien busca ejercer la libertad, la pierde, por el contrario a quién deja deja de buscar la libertad y sólo confía, se le regala"
Contamos con el ejemplo de los maestros que han caminado por este mundo: se han entregado al creador sin
reservas, no deseando hacer más o menos que su creador, y en recompensa han ido
recibiendo progresivamente el sentimiento de gozar de una inmensa libertad que
nada en este mundo puede arrebatarles, y en consecuencia una intensa felicidad.
"¡No tengáis
miedo de vosotros mismos! ¡No temáis lo que sois, vuestra realidad, esa
realidad que afronta cualquier ser humano, en la que el espíritu planta su tienda para
habitar con vosotros! Dios se ha hecho
carne, Dios con nosotros: Dios con tu realidad . Dios y los otros.
Ábrete a
ella sin miedo. Sólo en la medida en que te descubras a ti mismo, descubrirás
la hondura de su amor. En lo profundo de lo que eres, experimentarás que no
estás solo. Amorosa y misericordiosamente, alguien se manifiesta desde el misterio
de tu humanidad más íntima, y no como espectador, ni como juez, sino como
alguien que te ama, que se ofrece y se une a ti para sanarte... Para quedarse siempre contigo amándote, ¡amándote!». "