Imagina que te presentan a un niño pequeño. Tiene un rostro similar al tuyo: la mirada, el parado, la sonrisa. Compartan múltiples características, tanto físicas como emocionales. Casi adivinas el nombre antes de que te lo digan. Después que los presentan te explican las reglas de un juego en el que tu previamente pediste participar:
Debes educar a esta pequeña criatura para que se convierta en el mejor presidente de México en toda su historia.
Sí, las instrucciones son un poco escuetas, pero todo juego tiene pocas reglas.
Te quedas pensando un momento y después decides que la mejor manera de asimilación del aprendizaje es a través del enriquecimiento vivencial. Decides que para ser el mejor presidente en la historia del país, necesita conocer a todos los tipos de ciudadanos que tiene México: desde lo más sombrío a lo sublime, de la escases a la abundancia, de la desesperación a la levedad.
Basándote en estas primicias, decides que primero viva un tiempo en los lugares donde se encuentran las emociones primarias: odio, sufrimiento, traición, hambre, abandono, escases. El plan es que conozca esas emociones primero para después conocer, siempre poco a poco, a sus emociones, digamos, contrarias. Es un tipo de pirámide. En su base se encuentran las pasiones, en medio las emociones y después las certezas.
Para hacer el proceso más eficiente, decides que viva en esos lugares no como el futuro presidente sino como uno más de los que viven ahi. Bajo el mismo techo. Compartiendo los bocados del aire. Con necesidades y temores idénticos. Para hacerlo es necesario que pierda parcialmente la memoria, si no, no sería auténtico el proceso acuerdan los dos. Con un toque de livianidad, te parece que lo mejor es que una parte de él recuerde los sucesos para que poco a poco pueda decidir con sabiduría hacia donde desea ir a continuación.
Ahora imagina que decides que lo mejor es utilizar una encarnación, una vida, para cada episodio de aprendizaje y que lo mejor es que ese pequeño niño analice junto contigo lo que recién vivió y juntos analicen el cajón de emociones que desean explorar cada vez que haya terminado una encarnación.
Le explicas al pequeño el plan. Entre los dos lo analizan. Le preguntas si está de acuerdo. Te dice que sí. Después le preguntas si está seguro: Se le olvidará quién es, de dónde viene, no sabrá mientras se encuentre en medio de una encarnación que esto es un juego. Pasará frio, hambre, dolor. Sobre todo en las primeras encarnaciones. El niño levanta la vista y ves en sus ojos sabiduría y alegría. Te dice, ahí, en ese mundo que me cuentas, pasan cosas extraordinarias y yo, no me lo perdería por nada.
En la última escena te encuentras al borde del universo junto con el muchacho para su primera encarnación. Han decidido que sea antropófago y morir joven a causa de una enfermedad gastrointestinal. A los dos les parece una gran idea que primero aprenda que no es tan buena idea andarse comiendo a los dos. Con una gran sonrisa, tu muchacho, simbólicamente, se lanza hacia el mundo mientras tú le sigues con la vista sintiendo sólo admiración y respeto.
Hasta ahí dejamos esta historia, sólo agregamos estas preguntas para usted querido lector:
- ¿Cambiaría la historia si el objetivo del juego no fuera ser el mejor presidente de México sino otro?
- ¿Cuál cree usted que podría ser el verdadero objetivo del juego?
- Cómo se modificaría la historia si se supiera que ambos personajes tienen el mismo rostro?
- Cómo se sentiría usted si fuera posible preguntar cúal es el plan general para su encarnación actual?
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