En el artículo anterior
platicamos sobre las herramientas que pueden ayudarnos a percibir nuestra vida
de forma liviana. La primera herramienta que es buena idea practicar se llama intuición.
La intuición es la toma de decisiones que no se basa en un pensamiento o
en una sensación. Cuando tomamos una decisión lo hacemos normalmente por dos
razones: emocional o racional. Sin embargo existe una tercera razón para
la toma de decisiones: la intuición. No
es un pensamiento, no es una emoción. Es una serie de ideas complejas que no
llegan una después de otra, por el contrario, nos llegan en una sola vez.
La intuición es un
proceso simple pero difícil de dominar. Es difícil dar instrucciones
detalladas. Es como escribir instrucciones para andar en bicicleta. Puede
decirse donde poner un pie u otro. Hacia donde mandar el equilibrio del cuerpo
ya es un poco más difícil de explicar y la sensación de vaivén mientras estas
aprendiendo todavía más. Sin embargo, vamos a intentarlo.
Cuando vamos en un
automóvil en ocasiones tenemos la idea de dar vuelta a la izquierda o a la
derecha. Esa idea no fue razonada ni emocionada. Sólo llego, por un momento y
en una sola exhibición. Si nos ponemos a pensar por qué habríamos de tomar esa
decisión ya no estamos actuando por intuición. Es decir, el razonamiento de la
decisión no es ser intuitivos. Como la intuición llega de una sola vez, la
ventana de oportunidad para tomar esa decisión basada en la intuición es muy
estrecha. Digamos que es instantánea. Si dudamos entonces ya no estamos
actuando con intuición porque al dudar
estamos en el razonamiento o la emoción.
No nos confundamos
creyendo que seguimos nuestra intuición. De hecho, los errores mientras
aprendemos la intuición, serán en su mayoría por creer que sí seguimos nuestra intuición
cuando en realidad nuestra decisión fue razonada o emocionada y nosotros
queremos creer que fue por intuición.
Ahí radica el grado de
dificultad. Decantar nuestras decisiones tomadas por intuición de las tomadas
por la racionalización o la emoción.
Cuando ignoramos la
intuición (todos lo hacemos en mayor o menor medida) estamos implícitamente reforzando
un paradigma en donde pensamos que nuestros sentidos y nuestra experiencia nos
llevarán siempre por el mejor camino, pero esto no es así. Incluso, podemos
desconfiar de nuestra intuición porque en ocasiones nos llevará por caminos
desconocidos y eso no nos gusta. Esto es normal al inicio del proceso porque lo
vemos confuso y difícil de dominar. Es como desconfiar de la bicicleta porque
nos parece difícil de dominar, complicada y potencialmente peligrosa: un
aparato que puede traer más problemas que beneficios y que es mejor dejar
guardada en el armario como una bonita anécdota.
Pero, qué pasaría si
comenzamos a dominar la intuición. ¿Qué pasaría si después de algunos tropiezos
empezáramos a desarrollar esa habilidad? La sensación de libertad y velocidad
serían incomparables. Con el dominio de la intuición tenemos la posibilidad de
hacer cosas que nunca habíamos hecho antes y sentirnos seguros porque siempre
habrá una pequeña voz que en el momento justo nos dirá sin palabras cuando dar
vuelta en nuestro camino. Es como tener un vigía en nuestro barco que alcanza a
ver un poco más lejos y un poco más nítido. Este guía siempre estará contigo y
entre más lo escuches, más claro se volverá para ti.
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