martes, 30 de agosto de 2011

Qué es la sombra

La sombra es lo que no ve. Se usa esa palabra precisamente porque se utiliza para decir que cuando un objeto impide el paso de la luz, se forma una sombra con el contorno de ese objeto. Por eso se le llama sombra, no tiene ninguna connotación eclesiástica o mucho menos de negatividad o de maldad. Sólo es la parte de nosotros que no se ve. A la parte que sí se le ve se le llama Ego, y es lo que todos percibimos como nuestro carácter, costumbres, deseos, etc. Tenemos entonces un parte que sí se ve que es el Ego y otra parte que no se ve que es la sombra. Para que una persona viva sin miedos, no debería haber una diferencia entre su sombra y su Ego, es decir, todo lo que él o ella es debería ser trasparente.

Los miedos surgen a partir de una persona que está sumamente dividida, es decir que mucho de ella se encuentra oculto. Como mucho permanece oculto (en ocasiones incluso para la persona misma) entonces existe una sensación de inseguridad que es directamente proporcional a la cantidad escondida. Es decir, entre más oculta y grande sea la sombra, existen más miedos. *

Déjame poner un ejemplo. Es como si fuera un carpintero experto que tiene una gran cantidad de herramientas a su disposición. Digamos que 300. Con ese número de herramientas se puede hacer todo lo que a un carpintero experto pudieran encargarle. Desde bancos para sentarse muy básicos hasta grandes piezas de ebanistería muy finas y elaboradas.

Si el carpintero conoce todas sus herramientas, está tranquilo y sereno porque sabe que puede hacer cualquier cosa que le encarguen, o que él por gusto quiera hacer. No se siente nervioso por lo que el mundo externo representa; no siente ansiedad por si en algún momento le llegara un encargo rápido o difícil: él sabe que tiene herramientas eléctricas listas para hacer los trabajos rápidos y toscos, y que tiene también pequeñísimos cepillos y limas para trabajar sutilmente los detalles. Incluso sabe que si las condiciones se lo permiten, puede sacar su viejo banco de trabajo, tomar el martillo y darse todo el tiempo del mundo para hacer una simple silla. No importa, él tranquilo. Para el carpintero experto la vida es muy sencilla y con pocos dramas.

Pero supongamos que existe otro carpintero que tiene las mismas 300 herramientas pero no sabe usarlas todas. Digamos sólo para ejemplo que sabe usar las manuales y algunas eléctricas. Entonces se preocupa, porque ya le han llegado pedidos que le exigen utilizar otras herramientas aparte de las que ya conoce. Le da una sensación de enojo y malestar pues no le gusta vivir con la incertidumbre de qué tipo de pedido podría llegarle, porque no sabría si podrá cumplirlo a tiempo.

La sombra representa esas herramientas que ya están ahí pero que no sabemos usar. Todos tenemos un número X de herramientas que no sabemos usar.

Vamos a complicar un poco las cosas y digamos que esas herramientas, las sepamos usar o no, tienen vida propia. Ambos carpinteros lo saben y lo disfrutan. Cuando usan sus herramientas saben que ellas tienen vida propia y que también toman pequeñas decisiones cuando son utilizadas. Casi, casi ellas hacen el todo el trabajo. La función del carpintero es ver por encima de las herramientas para decirles hasta dónde cortar y qué tan profundo deben hacerlo, o decirles a las brochas la cadencia con la que se debe aplicar el barniz a la madera.

El problema con el otro carpintero -el que no sabe usarlas todas- es que las herramientas que no sabe usar también quieren trabajar (para eso están). Y cuando se presenta un encargo donde ellas serían las ideales para completarlo, se activan automáticamente y quieren hacer por ellas mismas el trabajo. ¿Cómo sale ese trabajo?, pues de la chingada; las herramientas por sí solas no pueden hacer el proyecto solicitado, necesitan al carpintero (al Ego) para hacerlas, pero si él no sabe usarlas, el trabajo sale mal.

El carpintero inexperto se espanta, y en lugar de reflexionar sobre las bondades que tendría aprender a utilizar esas herramientas, lo que hace es amarrarlas en sus estantes para que no salgan de ahí. Entre más tratan de salir esas herramientas, más las reprime el carpintero inexperto para que no lo metan en problemas (piensa él). Por supuesto las herramientas se enojan con este carpintero y le guardan una especie de rencor. No solamente por haberlas amarrado sino también porque consideran que el carpintero puede aprender a usarlas en cualquier momento, y efectivamente no lo hace.

Pero, ahora digamos que el carpintero inexperto está harto de esta situación en donde parece que no queda bien con nadie, ni con el cliente, ni con sus herramientas ni con él mismo. Quiere aprender a usar esas herramientas después de reconciliarse con ellas y saber todo lo que haya por saber sobre su oficio, porque para eso se hizo carpintero.

Este proceso  es en espiral y sumamente excitante. Te hace sentir muy fuerte y poderoso mientras lo vas haciendo, con cada paso, te ves a ti mismo diferente. No es fácil. A veces es doloroso, pero es como ir al dentista: dolor ahorita por un bien mayor y duradero. Trasforma tu vida. No vuelves hacer el mismo y los que están cerca de ti lo notan. Te empiezan a tratar diferente porque intuitivamente saben de tus cambios internos. Vives más tranquilo.

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